Cuenta el admirado Juan Tamariz que el acto de hacer magia se basa en realizar grandes trucos donde los “cómplices” son los propios espectadores que participan del espectáculo ya que, sin su ilusión y las ganas de creer que es posible éste no saldría jamás. El procedimiento es aparentemente sencillo y consiste en que, mientras se está realizando cualquier truco, para que resulte creíble y el mago pueda hacer la trampa, él tiene que confundir y despistar a los que lo están presenciando con distintos movimientos de distracción, ampliamente practicados y minuciosamente planeados, con el único objetivo de lograr que quien lo observa pierda la atención del motivo principal, permitiendo al mago realizar el engaño con éxito y creando una falsa ilusión con la que se piensa que quien realiza el espectáculo tiene poderes mágicos. Esto no significa que la inteligencia del espectador esté limitada, la realidad es que quien hace el truco está jugando con esa ilusión colectiva y creando el ambiente que necesita para que funcione el citado engaño.
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